En Viuda e hijos siempre andamos a la caza de recitales, exposiciones, ciclos y demás saraos del mundillo cultural de nuestra amena y santa ciudad. La mayor parte de las veces, para desaguar nuestra bilis y resarcirnos de nuestras escasas perspectivas de futuro, echando por tierra la ilusión ajena. Bien, lo confesamos, somos unas viejas arpías. No paséis frente a nuestro visillo o vuestros defectos serán fustigados de manera inmisericorde.
Aclaramos que la Viuda es, entre otras cosas, una página de crítica libérrima; es decir, para entendernos: soltamos lo que nos sale del chichi. No seguimos patrones de crítica académica, sin duda, más ecuánime y justa, pero que, francamente, nos aburre. A nuestra provecta edad, cansadas como estamos del luto y amargadas por no encontrar marido rico que sostenga nuestra vejez, no nos sentimos con ganas para esos trotes. Preferimos echar una brisca en la cocina, tomar chocolate con churros y comentar despropósitos de la vida cultural compostelana.
Estos últimos meses hemos asistido al bar Caldeirería 26, donde algunos martes se celebra un recital poético frecuentado por aguilillas y estudiantes; la mayoría, como es de recibo, movidos más por el afán de arrimar cebolla que por un espontáneo gusto por la poesía. Y es que, por muy desenfadados y populares que suenen los complementos del tipo “canalla”, “na rúa”, “popular” o “aberto” (y que alguien nos explique por qué esto es un valor añadido, por qué la poesía se ha vendido como una puta al populacheo más simplón y se dedica a ir de paladín de causas justas por toda clase de recitales), es sabido que el objetivo de estos guateques ha sido siempre hacer de figurón, cuando no poner la caña a pescar.
Los actos de esta clase suelen pecar de teatralidad, complacencia, amiguismo y amateurismo; nada nuevo, por otra parte, en el mundillo de las letras. Muchos poetas en ciernes acuden a estos recitales para aliviarse de la presión crítica, sentirse arropados e intentar darse a conocer, con la seguridad de que siempre recibirán algunos aplausos, aunque sean de cortesía.
No obstante, los recitales son un simple medio; no hay, por tanto, nada que objetar al hecho de que se celebren. Lo que de verdad hace que esta comentarista y sus cofrades derramen lagrimones de vergüenza ajena es escuchar algunas de las cosas con las que ciertos rapsodas de postín nos deleitan, sin rubor, cada martes.
Que otros se encarguen del trabajo de archivo, de analizar cada poema y fijar una evaluación objetiva. Nosotras pasamos del asunto porque, salvo en casos específicos, en la crítica que nos ocupa consideramos que no merece la pena, tal es el grado de diletantismo. Nuestra dedicación sobrepasaría, con mucho, el esfuerzo del propio poeta.
El crítico identifica las claves del escritor y evalúa en que medida ha conseguido sus propósitos. Para que haya crítica tiene que haber, pues, primero, literatura, y en Caldeirería lo que encontramos son peroratas, opiniones y mamotretos pseudofilosóficos en el mejor de los casos. En el peor, frases de autoayuda, reflexiones sentimentales y canciones de amor. No hay claves, no hay escritores. Literatura? Ni en pedo.
No estamos dispuestas a perder nuestro valioso tiempo analizando en detalle a los que, consideramos, son oportunistas, no poetas de verdad, por más que se intenten vender como tales. Lo que aquí mostramos es un fresco de nuestro panorama local, aunque podemos suponer que en todos los recitales de España abunda esta clase de personajes.
En Caldeirería 26 encontramos ejercicios absolutamente ególatras y autocomplacientes: una verborragia amateur, atacante y pretenciosa; una poesía adolescente, con un indigente conocimiento de la tradición y nula técnica.
En Viuda e hijos podemos tolerar muchas cosas, pero somos alérgicas a los oportunistas y a los juntapalabras con ínfulas, y estos, por desgracia, abundan en Caldeirería. No son todos: al recital asisten algunos poetas buenos y, en algunos casos, reconocidos -curiosamente, son los que muestran una actitud más modesta y los que menos atención acaparan. Poetas que comprenden que la poesía no consiste en escribir lo que te salga de la chorra en frases muy cortas dispuestas en columna, para después leerlas con cara de corderito degollado ante un público complaciente-
La Viuda censura a estos personajes que solo buscan dejarse ver y agasajar su ego. Hablamos de los Hugos Reines, las Broken Roses, las Navias Rivas, los Carlos Botanas, las Araxieles, las Petronilas y, en fin, de todos aquellos que, con su inmadurez y mediocridad, fomentan la poesía como un mundo donde el narcisismo, la presunción y el grado de victimismo y/o buen rollismo parecen ser los únicos valores.
Ah, y a ellos les decimos: hacednos un mínimo favor; aunque sea por higiéne estética, no os pongáis esos nombres, mitad seudónimos literarios mitad nicks del IRC, si queréis ser tomados mínimamente en serio. En el mejor de los casos, parecéis señoras menopáusicas en un taller de escritura y, en el peor, se diría que acabáis de salir del ranking de puntuaciones del Candy Crush. Cuando leímos en un cartel el nombre de “Hermelinda Tierradulce”, sufrimos una subida de azúcar que disparó los niveles de bilis hasta afectársenos gravemente el bazo que regula la vergüenza ajena (nada, sin embargo, comparado con el corte de digestión que nos provocó el ver su espectáculo). Acabaréis por llevarnos a la tumba.
Un micrófono y un escenario dibujan siempre una distribución impositiva del espacio (sermoneador / sermoneado) que no nos gusta un pelo, porque el ponente termina por dirigirse al espectador como si este fuera idiota y estuviera en disposición de tragarse cualquier cosa como una verdad revelada. Por más buen rollo y distensión que se le ponga al asunto, un recital termina convirtiéndose en un mitin por su propia concepción del espacio y, por consiguiente, en un tablao de lucimiento para oportunistas.
- LIRISMO FACILÓN. / PARA MUESTRA UN BOTÓN.
Creemos que se debe buscar la complicidad, no el anodadamiento, y también creemos que hay que suponerle inteligencia al auditor. La mejor manera de hacerlo es permitiéndole tomar el poema por sí mismo; no tratar de impartirle lecciones desde un atril ni de llegar a él por medio de histrionismos como si fuera un bebé en la cuna. Ello solo genera hinchazón del yo y opacidad. La poesía no es una puesta en escena, sino, ante todo, un modo de ser natural.
Esta concepción del espacio propicia, de entrada, el primer vicio de estos fariseos: las ínfulas.
Nos encontramos con que estos sedicentes poetas de todo saben y de todo entienden. Se suben a la tribuna y parecen sentar cátedra de cualquier cosa que se les haya pasado por la cabeza, aleccionando al público con un popurrí de temas mil veces sobados por la progresía más autocomplaciente: que si el amor -narrado siempre con falsa inocencia-, una lucha que desalienta, lo maravilloso de compartir la poesía, we can together, tú y yo desnudos sobre la arena, la importancia de sonreír, solidaridad con los pueblos oprimidos de la tierra, Segunda República, Galeano (no puede faltar), García Lorca, etc. Todo en su versión más light y facilona.
Cualquier persona con un pensamiento algo extenso sabe que todas estas historias no son más que tópicos en el mal sentido de la palabra: cosas que no son ni tan así ni tan asá convertidas en opiniones petrificadas que el mal poeta emplea como armas arrojadizas contra su público. Y el público, que es inteligente, pero no es tratado como tal, traga. Así, en vez de moverse por esa ingravidez lírica que emana de las cosas -territorio de lo poético-, de atender al leve pormenor -ese llevar el alma en volandas típico del buen poema-, el ponente se dedica a soltar peroratas desde su altavoz. Nada más detestable , más moral e ideológico, que la poesía que espera, sin más, ser asumida; el arte compuesto de sloganes y buenas intenciones.
Todo esto delata lo aficionado de estos escritores, el grado de impostura y la falta de imaginación, porque, además, resulta muy poco creíble semejante dechado de bondad, semejante grado de conciencia y necesidad de expresión en unos nenes criados en las confortables últimas décadas de la sociedad española; nenes que, al fin y al cabo, no han debido de sufrir nada excesivamente acuciante en su vida.
Este éter de buenos sentimientos del que todo el mundo en la sala parece embriagarse, de resultas, no es más que un escaparate para la chiquillada juntapalabras; esa que recorre recitales y timbas poéticas como si fuera una estrella del rock, recibiendo aplausos y palmaditas en el hombro por doquier. Todo cabe en la miscelánea; los nenes quieren tocar todos los palos: la poesía, la performance, el ensayito inane, la canción, el estado de Facebook o, directamente, todo junto. Si es con moralina sociopolítica (poner cinco minutos al horno), mejor. Por supuesto, nada de autocrítica. Al fin y al cabo, los chicos tienen que expresarse, los pobres. Trabajar un poema durante horas puede ocasionarles una hernia discal y quitarles tiempo de canturrear en recitales.
Y es que estos chicos son maravillosos, hacen de todo. Están en todas las meriendas, promoviendo la “kultura” en charlitas y espacios abiertos sin cuento, siempre a la caza de la pose; siempre compitiendo a ver quién se duele más por su gente y quién la tiene más larga.
- OTRA MUESTRA DE GENIALIDAD.
El porque yo lo valgo es continuo. No importa que uno no sea nadie en nada; en la era de Internet, uno se autoproclama. Basta poner cara de circunstancias, esbozar un par de líneas en una servilleta, acceder al micrófono y el cualquiera se ha convertido, de pronto, en una autoridad; aún más, en todo un sacerdote. Desde su tribuna, el oportunista invoca una gravedad que, de otro modo, no existiría ni se le otorgaría. El público escucha solemne, fingiendo que le interesa el sermón, muy atento, en realidad, al mínimo arrastre de una silla o al súbito aparecer de dos chavalas/es; deseando, en su fuero interno, como nosotras, que termine ya la santa misa.
Vemos mucha indignación en abstracto, mucho peloteo gratuito al pueblo por un puñado de aplausos -siempre situándose en ese margen facilón de «los de abajo» contra «los de arriba»-, mucho sentimiento impostado y esa milagrosa conciencia social que todos, tal vez por gracia divina, parecen haber adquirido, en igual intensidad y dirección, tras matricularse en el primer curso de la universidad. Lo único que hacen, no obstante, es leer noticias e hilvanar prejuicios, para después hacerlos pasar por pensamientos. Su sueño, el de cualquier hipster: ser cultos y a la vez populares sin dejar de ser interesantes. Todo una operación de ego post-moderno; nada que ver con la poesía.
Dicho esto, que cada cual milite o crea en lo que considere oportuno. En Viuda e Hijos reprobamos una sola cosa; la que nos atañe, la relativa a la poesía: el hecho de que, en ella, todo: el pop, el compromiso social, el confesionalismo, la canción, la filosofía, el sentimiento, la red social… parece haberse amalgamado en una impostura post-moderna -eso que los cursis que no tienen ni idea llaman «expresarse»-, que puede llevar a pensar que todo es lo mismo y que, por ende, todo es nada.
La calidad ha pasado a ser un atributo tan horizontal que cualquier cosa que se autodenomine cultura ya es tomada como tal. Y si hablamos de algo tan ambiguo y tan fácil de producir materialmente como «poesía» esto ya se eleva al infinito.
Pero no basta con el hacer, con colgarse una mochila al hombro, irse de gira por timbas poéticas, tocar en un grupo de blues, hacer teatro, bailar si se presta, militar en un colectivo; ser un culito inquieto en definitiva. Hacen falta conocimiento y distinción (esto es, reconocer los modos de expresión por sí mismos y profundizar en ellos) para no caer en la irrelevancia. Sin estos atributos no puede haber valor, y sin valor el arte es simple petardeo.
Versos que cualquiera podría haber escrito, y pensamientos que cualquier otro podría haber tenido: eso es lo que, de resultas, tenemos. Nada que nos haga falta, gracias.
En fin, estamos ante los oportunistas de toda la vida: no se sabe de dónde vienen, hacia dónde van, qué pretenden exactamente ni qué es lo que les atormenta; no hay recorrido, ni pensamiento, solo circunstancia. El oportunista va allí donde el viento sopla; adula a quien conviene y se cree con derecho a dar su opinión sobre todo. Su objetivo es figurar y sabotear causas nobles con golpes de timón que redunden en sí mismo.
Como no podía ser de otro modo, el tono herido y lastimero es la norma en estos nenes: un confesionalismo de bajos vuelos; un yo impostado y afectado, asumido como tono por defecto; ese «hablar lánguido y bonito» que muchos confunden con poesía, y que es mera vanidad retórica, un tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Domina el largo poema narrativo: inacabables monsergas ombliguistas que casi siempre versan sobre asuntos pueriles, o esas infumables diatribas filosóficas al estilo de Octavio Paz; largas pejigueras conceptuosas, varadas en tierra de nadie, que no acaban de tener donaire poético pero tampoco relumbre filosófico.
Huir hacia una profundidad que no existe, que se adecúa a uno mismo a cada paso, es un ardid de mal poeta. Aquellos irresolutos, impotentes para el oficio del lenguaje; para la imagen, la sugestión y la sugerencia (tales son las herramientas de la poesía), aquellos, en definitiva, que no aciertan a describir de una vez lo que pretenden, se enredan entre las sombras. En la oscuridad -los noctívagos lo sabemos bien- se camufla mejor la fealdad y, a falta de sexo, bueno es el onanismo (poéticamente hablando).
Lo mismo ocurre con la síntesis, virtud desconocida por estos muchachos. No parecen diferenciar entre un pensamiento poético coherente, cuyo sentido interno requiere un gran espacio para desarrollarse, y una mera explicación, que en poesía es un tanteo, un farragoso circunloquio. La poesía no explica: desvela; la poesía no enmaraña, sino que deslumbra.
Dentro de este confesionalismo general encontramos abundante victimismo de género: una temática vulgar y oportunista a la que, en nuestra opinión, ningún poeta de mínima altura recurriría. Que hoy vende la poesía joven escrita por mujeres, con un punto gamberro y despechado, es conocido. No entraremos aquí en los motivos de este fenómeno, pero basta decir que no es necesario informar a todo un auditorio sobre lo mucho que follas, que lo haces con quien quieres y que aquel cabrón no te merecía. Entérate: no nos importa, y a los pagafantas y amigas que te aplauden, puedes estar segura, tampoco. Hija, no eres la única persona que echa un polvo, y dudamos mucho de que tus sinsabores coitales sean algo tan especial como para merecer ser esculpidos en hexámetros coñísticos.
Otra cosa bien distinta es tomar como excusa un encuentro erótico para llegar a un pensamiento universal a través del lenguaje y el extrañamiento; en eso consiste el fenómeno poético, no en tragarnos tus egoístas, aburridas y predecibles neurosis.
Aunque los años pasan, nada muda la edad ligera: la falsa ingenuidad se perpetúa como un signo de estos tiempos cínicos y decadentes. Que alguien con diecinueve años, en su tierna inocencia, escriba frivolidades de este tipo es adorable. Que lo hagan chicazos y chicazas que, en muchos casos, frisan la treintena, y encima con ínfulas, es penoso. Que muchos de estos pimpollos tengan millones de seguidores en redes sociales, estén en grandes editoriales y reciban el espaldarazo de esos catálogos de venta llamados suplementos culturales es preocupante
Y es lamentable que, por culpa de personajes así, los buenos poetas (que, como ya hemos dicho, en Caldeirería los hay), aquellos que realmente entienden nuestro tiempo y saben pergeñar su correlato en verso, o aquellos que simplemente tienen un mínimo respeto al secular oficio de la poesía, queden oscurecidos.
Pero nos consuela (y regodea) pensar que, al fin y al cabo, el tiempo acabará por desvelar la miseria. Que, a pesar del empeño de editoriales y mass media, tanta filfa pequeño burguesa y tanto populismo ramplón terminarán en el cubo del olvido, como sobras de una época marcada por el consumo masivo y la fatuidad sin límites; como una prenda del Pull and Bear o un mensaje en 140 caracteres.
En este sentido, que sigan, que sigan dándose jabón entre ellos: les conviene. La inmadurez siempre es interesada porque -y esto es grave-, desmantelarla supondría adquirir responsabilidades, trabajar en serio y enfrentarse a realidades incómodas. Lo pedestre, presentado con desmayo y huera solemnidad, siempre da réditos, sobre todo cuando hay instituciones dispuestas a darte cera y un público lobotomizado que se traga cualquier cosa que le dicten desde el pesebre virtual. Es mejor seguir durmiendo en los algodones del forever young, rodearse de una corte de pelotillas, sacarse selfies lastimosos y creerse el centro ígneo de los males del universo, por los siglos de los siglos.
Desde Viuda e Hijos despreciamos, por tanto, a estos poetastros de aulario, a estas timbillas poéticas de perroflautas iletrados y al podrido sistema comerical que los ampara. Los despreciamos, ya no sólo por mediocres, sino por demagogos, populistas, y reaccionarios. Madito Knocking on heaven’s door y a la madre que lo parió.
Y ahora, si nos disculpáis, tenemos otra sesión vermú que destrozar.
Fdo. Viuda e hijos.